lunes, 17 de febrero de 2014

NUEVO CINE DE LA GLOBALIZACIÓN : “MY WAY”, del director Kang Ke-Kyu




La Segunda Guerra Mundial vista desde otra perspectiva, ya digamos del cine coreano (y lo que es más curioso es que está basada en una historia real, cuyos protagonistas son un coreano llamado Jun-shin-Kim  y un japonés llamado Tatsuo, ambos aficionados a la marathón, y ambos fuertemente enfrentados y enemistados por circunstancias de la vida).


La guerra en toda su crudeza y crueldad, expuesta desde un punto de vista coreano, un país dividido y que oficialmente continúa en estado de guerra, entre la Corea del Sur libre con un calco de democracia anglosajona, contra la dictadura totalitaria comunista de Corea del Norte. Las dos Coreas son dos países que llevan décadas temiendo la repetición del fantasma de una guerra civil no terminada. No obstante la Corea del Sur que quedó en la miseria tras la guerra de los años 50 con su hermano vecino del norte, en las décadas que siguieron hizo su propia revolución industrial siendo un país con muy escasos recursos naturales y que sólo podía disponer de la asombrosa fuerza de trabajo de sus habitantes, llegando a ser uno de los llamados “tigres asiáticos” de desarrollo avanzado, que fue capaz de convocar y organizar la Olimpiada de Seul, y  entrando en la actual era de la globalización, los disciplinados y super-trabajadores sudcoreanos no sólo han logrado ser la más seria competencia de la norteamericana Apple mejorando y perfeccionando sus productos informáticos, sino que incluso su industria automovilística ha llegado a desbancar al propio gigante japonés Toyota, desde hace poco considerado el líder mundial. Ese gran avance en la era de la globalización, con el sello de la competitividad y de la eficiencia en los mercados internacionales se ha llevado también en el cine, como podemos ver en el caso de esta película bélica, con escenas muy logradas y buen aprovechamiento de lo último en efectos especiales, que bien puede decirse que supera a sus antecesoras norteamericanas.


La película del director  Kang Ke-Kyu  conlleva unos mensajes especiales que no se daban en el cine de Hollywood, acostumbrados a que nos muestren a los aliados y a los norteamericanos como los “buenos y los salvadores”, y los alemanes y japoneses como “los malos y opresores”. Se ve desde otro prisma, por ejemplo, cómo era la milicia japonesa, con un alto sentido del honor en cuanto se refiere al leal servicio al Mikado (o sea, el Emperador) al que se consideraba algo así como un padre sagrado de todos los japoneses y al que se le debía obediencia ciega y absoluta sumisión. Los japoneses, lo mismo que los coreanos condenados a servir en la milicia imperial nipona, son incluso maltratados por sus propios superiores, a los que si incluso la disciplina falla, son obligados a hacerse el harakiri (suicidio con un sable o puñal tipo samurai clavándoselo en las propias tripas). Y luego también veíamos que los kamikaze, esos soldados-suicidas, no eran el recurso último para vencer al enemigo norteamericano en las batallas navales del Pacífico, sino que ya existía como forma de hacer la guerra en la forma que vemos en la película de camiones llenos de bidones de gasolina que se lanzan para estrellarse de un modo suicida contra los tanques soviéticos, o los propios soldados-suicidas que llevan consigo las propias bombas y se ponen debajo o al tocar mismo de los tanques. ¿Para qué tanta carnicería y tanta matanza inútil, en un ejercito que no solo es invasor, sino que además sus soldados son poco y mal alimentados?. Lo que me hace pensar que el problema de la época no era sólo la necesidad de expansión a falta de espacio vital de los pequeños países del Eje (Alemania, Italia y Japón),  sino el problema mismo de la superpoblación que se manifiesta en Malthus en su famosa teoría de la sobrepoblación. Las naciones entran en guerra y no solo para expandir sus imperios y sus mercados, sino también para reducir su propia población y la de las naciones ajenas, consideradas excesivas.


Eso mismo ocurre en la Rusia socialista soviética de Stalin, donde por un lado a los propios soldados de los soviets se les envia a la muerte absurda, segura y estúpida de cuales quiera de los frentes sea la China ocupada por Japón, o un Stalingrado en ruinas que los alemanes se resisten a entregar, y lo mismo a los propios prisioneros de guerra se les envía a los terribles campos de trabajo con temperaturas infernales de varias decenas de grados bajo cero y en los que miles de prisioneros mueren congelados y enfermos y para prevenirse de epidemias, los cadáveres congelados son quemados en hornos, lo mismo que hacían los nazis con los judíos, prisioneros de guerra y otros pueblos considerados como ajenos a los propios nazis alemanes. Parece que en el fondo se llevara a cabo la famosa Teoria de Malthus en la que estamos en un mundo superpoblado y hay que aprovechar las guerras para que las naciones se puedan matar entre sí, y así reducir su población. Eso se explica tanta matanza y tanta carnicería inútil y gratuita, cuando un buen general parte siempre de que la mejor estrategia de batalla es vencer siempre con el mínimo de bajas y de sufrimiento para las propias tropas. Si no se parte con ese principio, ningún jefe militar puede ser bueno, ni está haciendo lo correcto.


No en vano el propio general japonés Togo, tras atacar Peral Harbour, y de esta manera provocar a Estados Unidos para que también entrara en la guerra, no le quedó otro remedio que decir ( con toda razón) : “hemos despertado a un gigante que ahora nos aplastará, y un hombre de Estado inteligente hubiera hecho todo lo posible para evitar la guerra”.


¡Qué inutilidad, estupidez, sufrimiento y locura la guerra!, y lo de matarse los unos a los otros sin sentido, y sin entender del todo las razones de esa guerra y las causas a las que se defienden. Y luego los protagonistas de los campos de batalla caídos en desgracia, cuando no muertos (que la muerte ya sería en sí toda una liberación de estos sufrimientos), les toca aguantar las humillaciones y penalidades crueles e infrahumanas a las que somete el enemigo, e incluso las del terrible general Invierno Ruso, del cual tras el terrible sufrimiento del frío intenso contra el que luchas de forma sobrehumana permaneciendo despierto, soportando todo tipo de dolores y en movimiento, porque en cuanto te descuides sientes como si te duermes (que es que te estás congelando) y ya no puedes volver a despertar de ese extraño sueño ya de por ahora en adelante eterno.


 Lo que me hace recordar ciertas palabras de un filósofo oriental (no me acuerdo ahora el nombre) con aquello de “Hazte de un enemigo un amigo”, que los dos protagonistas de la película al final de compartir estupidas enemistades y  horribles penalidades, se perdonan ellos mismos y lo consiguen, ¿y no es esto lo más sabio de hacer, al fín y al cabo?. ¿Cómo se podían soportar tantas penalidades, tantas sinrazones, tantas estupideces, tantas adversidades hasta el límite de lo inhumano?. Creo que en este caso la clave está en aquella reflexión del filósofo griego Platón: “La mayor victoria es la conquista de uno mismo”, y ese es el mensaje final que he entendido en tan lograda película: la misma vida, la supervivencia, el sobrevivir a toda costa aún llegando a los límites de la locura y de lo inhumano. Los dos protagonistas, con el durísimo entrenamiento de la marathón, les debiera de proporcionar gran resistencia física, un complemento a la gran resistencia psicológica como para poder superar situaciones tan adversas y tan sobrehumanas. O como diría otro personaje oriental más cercano en el tiempo, el líder comunista vietnamita Ho Chi Minh (conocido como el “tío Ho”), que dijo algo así como “Podrás perder mil batallas pero solamente al perder la risa habrás conocido la auténtica derrota”. La lucha contra la locura, contra la pesadilla, al igual que la esperanza, es lo último que ha de perderse, y la capacidad de resistencia del ser humano puede llegar a ser muy grande, igual que el propio instinto de supervivencia cuando se encuentra en casos extremos.


Hoy en día, quizás no sea del todo problema la Teoría de Malthus, porque al parecer hay recursos, energías alternativas y tecnologías suficientes para beneficiar a la humanidad en su conjunto y con ello frenar un crecimiento desordenado de la población, si se poner verdadero interés y empeño en ello. Las guerras últimas que se han librado en Vietnam, Afganistán o Irak, por citar tres escenarios de los más conocidos, parece que se dan más en función de los intereses económicos de ciertas corporaciones petroleras y otras multinacionales con muchísimo poder que se resisten a perderlo. Pero eso ya sería un tema muy largo del que hablar aquí. Lo bueno de la película, muy bien elaborada  por supuesto, es que nos da para reflexionar sobre las guerras y sobre hasta dónde puede llegar el ser humano.

 


Os dejo aquí con la película “MY WAY”, de muy altísima recomendación:






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