miércoles, 20 de marzo de 2013

PASEO Y DATOS HISTÓRICOS DE BESALÚ, CIUDAD MEDIEVAL





Histórica ciudad medieval, está situada en la provincia de Gerona, en la comarca de La Garrotas, entre el río Fluviá y el arroyo Capellades, en un terreno que producia cereales, legumbres, hortalizas, vino y aceite; con fuentes de aguas minerales; teniendo al lado fábricas de papel, alpargatas, y tejidos textiles.

Dista a unos 25 kilómetros de Figueras y a unos 15 kilómetros de Banyoles, las dos ciudades más próximas. Entre sus edificios, son dignos de destacar la iglesia parroquial de San Vicente, la del monasterio de San Pedro y las ruinas de la colegiata de Santa Maria, antigua sede episcopal fundada en 1017 por el conde Tallaferro. Los prelados de Santa Maria tuvieron facultad de acuñar moneda en los siglos XI y XII, siendo muy apreciados estos ejemplares. Tiene además sobre el río Fluviá un original puente en ángulo, construido en la época de los condes de Besalú, y por último merecen ser citados un convento de monjas, obra del siglo XVI, y la portada románica del hospital.















PRINCIPALES DATOS HISTÓRICOS:

Besalú fue fortaleza de los celtas (siglo III antes de J.C.), y se llamó antiguamente Besidunnum, y en la Edad Media Bisildunum. Fue capital del condado a su nombre y destruida durante la invasión árabe; distinguiéndose en las guerras de los tiempos de Juan I y Juan II, así como en las de Separación, Sucesión e Independencia.












HISTORIA DEL CONDADO DE BESALÚ:

Perteneció este condado a la Marca Hispánica o Cataluña, en lo que hoy es la provincia de Gerona, confinando con los condados de Ampurias, Cerdaña y Urgel, y al que estaban unidos los condados y señoríos de Ripio, Fonolleda, Vallespir y Perapertusa. Se supone que Vifredo de Riá, conde de Barcelona, lo fue antes de Besalú, y este título llevaron también los condes de Ampurias Alarico y Suniario; pero se desconoce los nombres de los primeros condes y la época de fundación del condado, siendo el primero que citan los historiadores Suniario o Sunyer, que en 988 recibió el condado de Vifredo el Velloso. Al morir Vifredo II en 912, su hermano Suniario heredó el condado de Barcelona, y ocupó el de Besalú el sobrino de este último, Vifredo, muerto por Adalberto de Parets en 958. Sucedióle su hermano mayor Seniofredo, conde de Cerdaña, al que siguió en 967 su cuarto hermano y obispo de Gerona, Mirón, quien gobernó hasta 984. Desde este año hasta 1020 rigió el condado Bernardo Tallaferro, al que siguió su hijo Guillermo el Grueso, y a éste sus hijos Guillermo II y Bernardo II, que juntos gobernaron de 1052 a 1070, y desde este año a 1095 siguió sólo Bernardo por haber sido asesinado Guillermo. Heredó el condado el hijo de este con el nombre de Bernardo III, y al morir, en 1112, pasó el territorio a Ramón Berenguer, conde de Barcelona.











EL MONASTERIO DE SAN PEDRO DE BESALÚ:

Del antiguo e histórico monasterio, sólo se conserva en buen estado la iglesia, construida por el conde y obispo Mirón y consagrada en 23 de septiembre de 1003, con asistencia de la nobleza de los dominios de la casa condal de Besalú, por los obispos Odón, de Gerona; Arnulfo, de Vich; Aecio, de Barcelona; Wifredo, conde de Cerdaña y hermano del de Besalú, y firmando, además, el acta de dedicación Guifredo, de Carbona; Berenguer, de Elua;  Guillén, de Urgel, y otras varias personalidades civiles y religiosas. La noticia más antigua del monasterio es un privilegio otorgado por Carlos el Calvo hallándose en el monasterio de San Saturnino ( San Sernin), sitiando a Tolosa, en 5 de los idus de Mayo de 844, a favor de Domuulo, abad del mismo, que dice lo había edificado con licencia de Rampo, marqués de Gerona. Este primitivo monasterio de Besalú debió ser destruido, por cuanto en 977 el conde Mirón cedió por monasterio la iglesia fundada bajo la advocación de San Pedro, haciendo notar en la escritura la fundación y dotación que la funda de acuerdo con sus hermanos Oliva y Seniofredo, con intervenciones de los clérigos de la catedral y obispado, y con gran aplauso de los fieles. El papa Benedicto VII confirmó con muchas donaciones hechas por el fundador de esta abadía aumentándolas con nuevos privilegios. Del pontífice dependía directamente este monasterio, que ejercía jurisdicción sobre otros monasterios y prioratos. La fachada de la iglesia es sencilla, sin adornos en su portada, de arco de medio punto, y sobre la que se abre una hermosa ventana, a nivel de arranque de las naves laterales, con tres arcas concéntricas, de medio punto, sostenidas por dos columnitas a cada lado de artísticos capiteles.







Dos leones, símbolo de la casa condal de Besalú, flanquean la ventana, esculpidos en alto relieve. La fachada y el muro lateral de la derecha, en cuyo punto existió el claustro, están cubiertos de lápidas sepulcrales de los siglos XIV, XV y XVI. Debajo de la nave central y abarcando su anchura en el arco contiguo al crucero existe la cripta que sirvió de enterramiento a los monjes. El campanario es románico y el interior del templo se divide en tres naves, con una central que se comunica con las laterales por grandes arcos sostenidos por macizos pilares cuadrados. Las dos naves laterales se juntan detrás de la terminación de la nave central formando el ábside mayor y en su principio termina también la nave central, en un semicírculo menor de columnas que descansan sobre una base común y sostienen la bóveda en cuarto de esfera, siendo la disposición de esos ábsides muy rara en las construcciones de este orden de España. Es notable el prebisterio o ábside menor referido, por la armonía del conjunto y la delicadeza de los ocho columnas aparejadas, con capiteles de figuras alegóricas de hombres y animales. Esas columnas circuyen al altar mayor, ocupando la hornacina del centro la imagen de San Pedro y las de los lados varias urnas con reliquias de santos. Las dimensiones del tempo son: 38’40 metros de largo, 6’40 de ancho en la nave central, y 4’60 cada una de la laterales, y 23’40 el crucero, de longitud. Además de la de san Pedro existen: en el altar mayor y en las hornacinas del crucero, las imágenes de san Benito, san Millán, san Eloy, santos Cosme y Damián, santo Tomás, santos Primo y Feliciano, santa Escolástica, santa Gertrudis y la Virgen de los Dolores. Desde la fundación del monasterio se conservaban las reliquias de los hermanos santos Primo y Feliciano, traídas de la iglesia de Agen ( Francia) por el obispo Mirón en 977 ó 978 ; además existían las reliquias de los santos Concordia, Evidio, Patrono, Felicísimo y Macronio, mártires. El monasterio fue destruído después de 1835, y en este año la comunidad, de monjes benedictinos, constaba de unos 12 religiosos, entre los que había las dignidades de abad, pietero, prior, candelero, camarero de San Quirch, limosnero, sacristán y camanero. En 1908 los benedictinos de En Calcat, diócesis de Abby, ocuparon lo que resta del monasterio, restablecieron la dignidad abacial y practicaron la notabilísima iglesia importantes reparaciones que evitarán la ruina de tan curioso ejemplar del arte románico.



LA BESALÚ JUDÍA:

En 1965 fue descubierta una piscina litúrgica, junto al río Fluviá, que fue un hallazgo arqueológico trascendental, ya que ha sido el primer baño de purificación judío encontrado en España y, sin lugar a dudas, el más importante de Europa, pues supera en dimensiones a los de Nimes y Lieja. Es obra de los siglos XII ó XIII y responde a las normas románicas.






Y aquí abajo un par de escudos de Besalú: el actual, y el que se supone que más o menos se parecía al antiguo y por tanto más auténtico.



Más información en la wikipedia sobre MUNICIPIO DE BESALÚ(puntear aquí mismo)

EL AUTOR DEL BLOG, POSANDO JUNTO A CABALLEROS Y ALGUNA DAMA,
 EN LA FERIA MEDIEVAL DE BESALÚ DEL PASADO 2 DE SEPTIEMBRE DE 2012







martes, 19 de marzo de 2013

SAN JOSÉ 2013, DÍA DEL PADRE



Hoy es el “Día del Padre”, y además el santo de los Josés y las Josefas (Pepes y Pepas), a los/las cuales les felicito.

No sé quién escribió aquello de “ un padre es capaz de sacar adelante a 10 hijos, pero 10 hijos no serían capaces de sacar juntos a un padre”. Quien tiene un padre así, puede considerarse muy afortunado, aunque no podemos olvidar que también existen padres cabrones de los que ningún hijo se siente orgulloso, y son muchísimos más de los que imaginamos frente a toda esa fachada de hipocresía que tenemos delante.

¿Y quién es el padre ideal?. Pues sencillamente aquel que desde que tienes uso de la vida, te hubiera gustado de tener. De hecho, creo que todos/das hemos soñado alguna vez en tener el padre modélico, ese padre que toda la vida es nuestro orgullo y que no lo cambiaríamos por nadie en el mundo. Por eso debes de ser siempre con tu o tus hijos ese padre ideal que a ti mismo te hubiera gustado de tener. De esta manera puedes llevar bien ese noble título de “Padre”, sin necesidad alguna de pasar por ninguna escuela en la que te enseñaran a serlo. Y es un título muy gratificante, y mejor que cualquiera de los otros, sean universitarios, aristocráticos, etc…., ya que el más envidiable de los títulos será siempre el de “buen padre”.

Y dado que tengo el honor y la suerte de tener este título, y con esa razón hoy es mi día, pues me felicito a mí mismo. Y buenos días a todos/das mis visitantes de blog.

viernes, 15 de marzo de 2013

15 DE MARZO DEL AÑO -44 (IDUS DE MARZO EN EL CALENDARIO ROMANO), EL “DICTADOR A PERPETUIDAD” CAYO JULIO CÉSAR ES ASESINADO POR 22 SENADORES APODADOS “LOS LIBERTADORES”, EN LA CURIA POMPEYANA, SEDE PROVISIONAL DEL SENADO.


Ya antes de llegar a los idus de marzo, la conjura estaba urdida por el hijo de su amante Servilia , un tal Marco Junio Bruto, así como por Cayo Casio Longino, Décimo Bruto y otros, hasta sumar un total de 22 conspiradores senatoriales dispuestos a apuñalar al Dictador de Roma, en nombre de la Libertad. Muchos de los nobles romanos republicanos se sentían ofendidos cuando veían a César con esas maneras aparentes de monarca que le daba el poder de “Dictador a Perpetuidad”, título otorgado por el propio Senado hacia ya unos tres meses atrás, mientras que muchos de los cesarianos que se habían puesto de su parte no se sentían recompensados ni reconocidos al ver que muchos cargos de importancia eran dados a los antiguos enemigos de César, tras la Guerra Civil, en un intento de conciliar las distintas facciones de poder romanas.  Dícese que había ya veintidós hombres en el llamado “Círculo de Asesinos de César”: Cayo Trebonio, Décimo Bruto, Estayo Marco, Tilio Cimbro, Minucio Basilo, Décimo Turulio, Quinto Ligario, Antistio Labeo, los hermanos Servilio Casca, los hermanos Cecilio, Popilio Liguriensis, Petronio, Pontio Aquila, Rubrio Ruga, Octacilio Naso, Cesenio Lento, Casio Parmensis, Espurio Melio y Servio Sulpicio Galba. Además de su odio por César, Espurio Melio había dado una razón peculiar, si bien lógica, para adscribirse al círculo de conjurados. Cuatrocientos años atrás, su antepasado del mismo nombre, Espurio Melio, intentó coronarse rey de Roma: matar a César era la manera de borrar el secular odio inagotable del resto de los patricios hacia su familia, que no había prosperado desde entonces. El ingreso de Galba deleitó a los fundadores del círculo, porque era patricio, ex pretor y tenía una enorme influencia. Durante la primera etapa de la guerra de las Galias de César, Galba había dirigido una campaña en los Alpes, con tan malos resultados que César prescindió rápidamente de sus servicios. Además, César le había puesto los cuernos con su mujer, tal como había hecho con tantas otras mujeres de la nobleza para ganárselas a su favor. El plan para el asesinado ya estaba profundamente meditado, por eso los conjurados que se encontraban en secreto, querían acabar con el asunto cuanto antes, antes de que cualquiera se chivara o fueran descubiertos por la tupida red de espías fieles y bien pagados que César tenía por todas partes.


Y llegaron los idus de marzo ( 15 de marzo en el actual calendario). En aquel día de perfecto aspecto primaveral, hacia unos momentos que el Dictador César había llegado al Senado instalado en la Curia Pompeyana (ya que el anterior estaba quemado y destruido por causa de las antiguas guerras civiles, y se estaba construyendo un nuevo edificio del Senado financiado de su bolsillo por el propio Cayo Julio César que se llamaría la Curia Cesariana), tras encontrarse con el adivino callejero Espurina, al que saludó después de decirle que se encontraba perfectamente tras su advertencia del otro día de que algo feo iba a sucederle, y tras despedir a Marco Antonio afuera del Senado que le había acompañado por el trayecto.

 Al llegar, la sala del Senado presidida por la estatua de su constructor Cneo Pompeyo Magno, con capacidad suficiente para seiscientas personas apretadas, parecía muy vacía pese a que unos cuantos senadores de los bancos traseros ya se habían sentado, hombres estudiosos que aprovechaban cualquier oportunidad para leer lo que luego pretendían debatir, mientras esperaban que los otros menos puntuales llegaran y el Dictador que lo presidía abriera la sesión. Ninguno había colocado su asiento en el lado del estrado curul, ya que la luz de una serie de rejas del triforio entraba a raudales cerca de las puertas exteriores, pero los lectores estaban distribuidos de manera bastante regular entre los dos lados de la Cámara, en la grada superior derecha y la grada superior izquierda. Muy bien, pensó Décimo Bruto, guiando a su grupo de conspiradores, que ya estaban dentro. Echando un vistazo atrás vio que Marco Junio Bruto, el hijo de Servilia Cepionis (amante de César) aún no había entrado. Se habría acobardado a última hora, estuvo pensando Décimo.

César estaba sentado delante de su mesa senatorial con la cabeza inclinada sobre un pergamino desenrollado, totalmente absorto al contenido, mientras esperaba la llegada del resto de senadores en la curia pompeyana. De pronto se movió, pero no para mirar hacia el grupo que empezaba a llenar la sala. Con la mano izquierda cogió la tabla que estaba encima del montón, la abrió y, sujetando la púa con la derecha, empezó a escribir rápidamente sobre el rollo, tratándose de un asunto legislativo de tierras para repartir entre sus legionarios cuando los licenciara, aunque estaban acampados en Brindisi, para la siguiente campaña militar contra los partos, de los que debía de salir el dinero para la recuperación de esa Roma arruinada por tantas guerras civiles en los últimos años, aparte de que por otro lado era una cuestión de orgullo del pueblo romano poder recuperar las águilas romanas arrebatadas a las derrotadas legiones del fallecido Marco Licinio Craso en la batalla de Carres (en la actual Siria). Era uno de los asuntos que pretendía debatir aquel día en el Senado.

A tres metros del estrado, el grupo de conjurados, desconcertado, se detuvo; no parecía normal que César no advirtiera la presencia de sus asesinos. Décimo posó la mirada en la cercana estatua de Pompeyo, muy alta sobre su pedestal de un metro veinte de altura, dentro de una hornacina al fondo de la plataforma, que era muy amplia, ya que debía dar cabida a entre dieciséis y veinte hombres sentados en sillas curules. Con repentina torpeza en los dedos, Décimo buscó a tientas el puñal, lo sacó y lo mantuvo oculto a su costado. Percibió que los otros hacían lo mismo y con el rabillo del ojo vio que por fín,  Marco Junio Bruto entraba y se acercaba rápidamente por la sala para sentarse en su escaño. Por fin ha reunido valor, pensó.

De pronto, el senador Lucio Pilio Cimbro descendió por las gradas de los lictores al lado del estrado, para irse directamente al encuentro del Dictador que seguía repasando sus rollos legislativos, y solicitarle en persona el perdón para su hermano desterrado por haber defendido la causa republicana de Marco Porcio Catón, Marco Bíbulo, Léntulo Crus y Cneo Pompeyo. Se le puso a su lado de la silla curul, entre la mesa llena de pergaminos, y poniéndose de rodillas de lado ante el Dictador de Roma, de forma como sumisa y desesperadamente rogativa le solicitaba perdón por su hermano desterrado.
-¡Espera, cretino impaciente, espera! -bramó César irritado, con la cabeza aún gacha,
escribiendo en el rollo con la púa, y absorto en la corrección de su decreto sobre reparto de tierras para los legionarios.


Con los labios apretados ante esa ofensa, el senador Cimbro se levantó y lanzó una feroz mirada a los otros conjurados que se hacían autollamar “Libertadores” -¿veis qué grosero es nuestro Dictador?, parecía decir- y avanzó para tirar de la toga de César, disimulando pedirle un desesperado perdón por su hermano desterrado, y dejar al descubierto el lado izquierdo de su cuello. Pero aprovechando el empujón que hizo el senador Cimbro a la toga de César solicitándole el perdón, entonces Cayo Servilio Casca, abriéndose paso por el lado opuesto de Cimbro y poniéndose justo detrás del Dictador de Roma, llegó primero, e intentó acuchillar desde detrás la garganta de César.

El golpe pasó rozando la clavícula e hirió superficialmente la parte alta del pecho. Gracias a su agilidad militar y a su buena forma física de muchos años, César se levantó de la silla tan deprisa que el movimiento fue apenas perceptible y al mismo tiempo asestó un golpe instintivo con la púa de acero que tenía entre los dedos. La hundió en el brazo de Cayo Casca a la vez que el resto de los Libertadores, envalentonados, avanzaban con los puñales en alto. Aunque luchó con denuedo, César no gritó ni habló. La mesa salió despedida en medio de una lluvia de pergaminos, seguida de la silla curul de marfil, y la sangre empezó a salpicar. Algunos senadores de las gradas superiores contemplaban la escena, exclamando horrorizados, pero ninguno se movió para acudir en ayuda de César.

Retrocediendo hacia atrás tras recibir tal lluvia de fuertes puñaladas, César se topó con el pedestal de la estatua de su ex yerno Pompeyo en el momento en que Cayo Casio Longino se abría paso hasta delante, y hundía la hoja del puñal justo en el rostro de César y lo hacía girar vaciándole un ojo y acabando con su belleza. El furor se adueñó del resto de los Libertadores, y los puñales caían una y otra vez con fuerza en clavarlos por parte de cada uno (habían pactado una sola puñalada por conjurado) y a toda prisa, y la sangre del Dictador de Roma le manaba a borbotones, salpicando a todos los que tenía cerca. De pronto César dejó de forcejear, aceptando lo inevitable. Su mente únicamente concentró sus menguantes energías en morir con una dignidad sin parangón, al tradicional estilo que lo hacían los miembros de la nobleza romana de cubrirse el rostro con la toga. Con la mano izquierda tiró de un pliegue de la toga para ocultarse la cara, con la derecha se sujetó la toga para que al caer las piernas le quedaran púdicamente cubiertas. Ninguno de aquellos indeseables vería qué pensaba César al morir, ni se burlaría del recuerdo de sus piernas desnudas.

Cecilio Buciolano lo apuñaló en la espalda, Casenio Lento en el hombro. Sangrando horriblemente, César con su dignidad de militar romano permaneció en pie y cubriéndose el rostro con la toga mientras continuaban los golpes. Penúltimo, y frío guerrero como era, Décimo Bruto concentró todas sus fuerzas en la primera de sus dos puñaladas, hundiendo la hoja en el lado izquierdo del pecho. Cuando el puñal hirió el corazón, César empezó a desplomarse al suelo, y Décimo se agachó para asestar el segundo golpe en nombre de Trebonio. Y Bruto, el último en golpear, cegado por el sudor, paralizado por el miedo, se arrodilló para dirigir su cuchillo contra aquellos genitales que su madre tanto había adorado, perforando los muchos pliegues de la toga porque, accidentalmente, había apuntado hacia abajo. Oyó rechinar el metal contra el hueso de la pelvis, sintió arcadas al hacer fuertes movimientos giratorios con el puñal ya clavado en los genitales del amante de su madre, y se levantó con dificultad a la vez que un intenso dolor le traspasaba el dorso de la mano; alguien le había cortado, en medio de tantas puñaladas asestadas, mientras el amante de su madre que pudo verle a pesar de taparse el rostro con la toga le decía en voz desesperada: “Bruto, ¿tú también, hijo mío”, tras lo cual hizo lento un suspiro y César murió.
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El hecho estaba consumado. Los veintidós hombres habían herido a César en algún sitio,
Décimo Bruto dos veces, en total 23 supuestas puñaladas. Con el rostro y las piernas cubiertas, César yacía bajo la estatua de su rival Pompeyo vaciándose de su propia sangre y quedando cada vez más blanco. La toga estaba hecha jirones en el pecho y la espalda, e iba empapándose de la caliente roja sangre que se extendía por el mármol blanco de la plataforma hasta que pareció imposible que un cuerpo pudiera contener tanta sangre, con el suelo formando un charco grande de sangre derramada. Había sangre salpicada por todas partes. Algunos senadores se echaron atrás para evitar el contacto, pero Décimo no se dio cuenta de ello hasta que la sangre le caló las sandalias. Lanzó un inesperado gemido de dolor: sin duda aquella sangre le quemaba el espíritu por esa acción tan vil y tan cobarde en un noble romano, que hasta el momento siempre habían tenido por norma no asesinar nunca a ningún otro compatriota, y menos dentro del Pomerium del propio sagrado terreno de Roma, y no digamos en lugar aún mucho más sagrado como era el Senado. Como noble romano, le atormentaba el acto tan vil que había llegado a consumar, aunque fuera por la causa republicana y en contra de la supuesta tiranía que imaginaban en Julio César.

Respirando agitadamente, los Libertadores cruzaron miradas enfebrecidas. Bruto intentaba restañarse la herida de la mano. Como por efecto de un súbito y tácito acuerdo, todos se dieron media vuelta y corrieron hacia las grandes puertas de la entrada del Senado. Décimo tan horrorizado como el resto de los senadores cómplices del asesinato. Los otros senadores que habían presenciado el horrible hecho estaban ya fuera, anunciando a voces que Julio César había muerto. El pánico se generalizó cuando el resto de los Libertadores salieron al jardín por la otra puerta de atrás del Senado con las togas manchadas de la sangre de César y los puñales aún en la mano, buscando por donde escapar sin que les viera la confundida plebe de abajo la escalinata del Senado

La gente huyó en todas direcciones excepto hacia el interior de la Curia Pompeyana, donde sólo quedaba el cadáver aún caliente del Dictador de Roma. Senadores, lictores y esclavos pusieron pies en polvorosa, gritando que César había muerto, César había muerto, César había muerto.


Olvidando sus grandes planes de discursos y atronadora oratoria por haber librado a Roma de un tirano, los Libertadores huyeron también. ¿Quién de entre ellos podría haber imaginado que la realidad sería tan distinta del sueño republicano de libertad, que ver a César muerto era un final terrible de todas las ideas, filosofías y aspiraciones?. Sólo después de consumado el hecho comprendieron todos ellos, incluso Décimo Bruto, el verdadero significado de su acción. El romano a quien nadie había vencido en ninguna batalla ni en ninguno de los comicios, había caído asesinado, el mundo había cambiado tanto que ya ninguna república podía surgir, plenamente reorganizada, de la mente del considerado el Primer Hombre de Roma que lo había sido todo en la vieja República.

Suponían que la muerte de César iba a ser una liberación, pero lo que habían liberado era el caos por todo el Imperio Romano que lo dejaban con un vacío de poder, a merced del aventurero de turno. Luego contaron que, por puro instinto los “Libertadores”, que ya pasarían a llamarse por todos los “Asesinos de César” corrieron en busca de asilo al templo de Júpiter Optimo Máximo, a toda velocidad a través del césped del Campo de Marte, por el Capitolio escalera arriba hasta el refugio original de Rómulo, y por último ascendiendo los numerosos peldaños de la escalinata del templo. Una vez allí, sin aliento, flaqueándoles las rodillas, los veintidós hombres cayeron al suelo, confundidos y atemorizados por su acto. Sobre ellos se alzaba el Gran Dios de oro y marfil, de quince metros de altura, en su rostro de terracota de vivo color rojo se dibujaba su amplia y estúpida sonrisa; instantes después cada uno huiría por su lado, en especial hacia las ricas provincias de Este para reorganizarse y volver más seguros a Roma. Se habría un nuevo y sangriento capítulo en la Historia de las Guerras Civiles de Roma, y ninguno de los asesinos de Cayo Julio César sobrevivió a la coronación como Imperator de su heredero sobrino-nieto Octaviano César Augusto, vencedor indiscutible y absoluto de todo lo que quedó de las últimas guerras civiles republicanas. 





ESCENAS DEL ASESINATO DE CAYO JULIO CÉSAR, EN LA SUPERPRODUCCIÓN "ROMA", ALGO DISTINTO A CÓMO FUE EN REALIDAD HISTÓRICAMENTE Y SE COMENTA EN LA ENTRADA DEL PRESENTE BLOG, PERO QUE SIRVEN PARA ILUSTRAR: