sábado, 30 de octubre de 2010

HELIOGABALO, LAS ORGÍAS DEL JOVEN DIOS-MUJER

Si hace unos meses, expuse en este blog que Cayo Casio Longino hubiera sido el primer emperador de Roma, hoy quiero hablar de otro emperador no demasiado conocido, que de haber perdurado más tiempo quizás hoy en día no tendríamos ni Cristianismo, ni Islam, ni Papa.

Erase una vez un joven de la familia imperial nacido en Emesa (Antioquia) en el año 201-204? (no se ponen de acuerdo en la fecha los historiadores), en la provincia romana de Siria, hijo del cónsul Sexto Vario Marcelo , y asesinado por los pretorianos partidarios de su primo adoptivo Alejandro en Roma cuatro días antes de los idus de marzo del 222 (apenas vivió unos 18 ó 20 años), llamado por los historiadores Heliogábalo (en honor al dios del sol, y que quiere decir algo así como “obsesión en la adoración al dios sol”, y también por lo de “siriano”, el vencedor del emperador Macrino en Siria, en donde el joven hijo del cónsul lo venció con una legión comprada por su exiliada y riquísima familia). Claro, su familia emparentada con los anteriores emperadores, había sido desterrada por el emperador Macrino, para que no le hiciera sombra en sus pretensiones al trono imperial. Su abuela Julia Mesa (ó de Emesa), de padre plebeyo que era el sumo sacerdote del templo del sol en Emesa, y casada con el consular Julio Trito, tuvo dos hijas: Julia Semis (madre del personaje que nos ocupa en ese artículo) y Julia Mammea, madre del futuro emperador Alejandro Severo. Julia Mesa, era también la hermana de Julia Domna, y por tanto cuñada del emperador Septimio Severo, tía de Caracalla, y abuela de Heliogábalo y de Alejandro Severo (ambos ciñerían la púrpura imperial). Julia Mesa vivió en la corte imperial cuando Alejandro Severo y Caracalla eran emperadores, acumulado grandes riquezas. Pero cuando Macrino se hizo con el poder, la envió a ella y a su familia exiliados a Emesa, su lugar de origen. En estas circunstancias Heliogábalo nació también en Emesa, donde conoció y se obsesionó por el culto al dios del sol (Baal) del que su bisabuelo había sido el sumo sacerdote, padeciendo una especie de locura inexplicable, pero preparado y manipulado por su influyente y astuta abuela, la verdadera “jefe” de la familia en la sombra. El joven fue emperador de Roma desde el 218 hasta su muerte en el 222. Su verdadero nombre era Vario Avito Basiano, apellidos romanos poco conocidos, aunque por parte materna descendía directa o indirecta del gran Cayo Julio César, como ocurría con todos los emperadores romanos, que a su vez descendía del linaje de Rómulo y de Eneas, el fundador de Roma. Cuando consiguió ser emperador de Roma tomó el nombre de Caracalla Marco Aurelio Antonino Augusto (al prometerle al Senado que seguiría la obra del anterior emperador Marco Aurelio, aparte de fomentar la falsa leyenda de que era descendiente de sangre del anterior emperador Caracalla), pero los historiadores siempre han querido darle el nombre de Heliogábalo, quizás para no confundirlo con el mencionado césar de la dinastía de los Antoninos, aunque así es como finalmente se empezó a llamarle tiempo después de su muerte. En consecuencia por la familia que procedía recibió influencias de Oriente, donde se consideraba a la monarquía con un poder absolutamente divino a quien había que someterse sin ninguna condición, muy distinto de las influencias de Occidente, donde primaba el mérito y las libertades de cada individuo, legado de las libertades que se forjaron en Grecia y en los años de la república romana, con lo cual todavía quedaba algo de la “mas maorium” que todavía no era asumido por el pueblo romano con poderes que hacían de contrapartida al emperador en las personas de los cónsulares, los tribunos, y los senadores. En otras palabras, la inmensa mayoría de los romanos todavía no estaban preparados para asimilar como emperador a un déspota con poderes absolutos al estilo oriental, y menos con demostrada ineptitud política y marcada obsesión religiosa.
Tras vencer a Macrino en Siria con unas legiones generosamente bien pagadas por su familia, su abuela Julia Mesa (la auténtica emperatriz en la sombra) hizo llegar un gigantesco retrato suyo para ser expuesto delante del templo de la Victoria, sede del Senado, para que todos le reconocieran y lo veneraran con si fuera la misma diosa de la Victoria, imposición que disgustó enormemente a los senadores, que como ya he señalado, no asumían la mentalidad de los déspotas orientales, y les era difícil aceptar un emperador que impusiera una monarquía al estilo oriental.
Al igual como ocurrió en la juventud de su antepasado Cayo Julio César, el nuevo joven emperador se dedico básicamente a fomentar el culto religioso, en su papel de Pontífice Máximo. La diferencia es que Cayo Julio César veneraba y oficiaba a los dioses romanos, mientras que el emperador Heliogábalo importó un dios de Oriente que era totalmente extraño a los romanos, Baal, el dios de su bisabuelo, sumo sacerdote del templo del sol en Emesa. El casi desconocido historiador romano Herodiano, relata que el joven sumo sacerdote-emperador una o dos veces al año llevaba a su dios preferido (la gigantesca piedra cónica de su natal Emesa que representaba al dios del sol) en procesión de un templo a otro de Roma sobre un enorme carro que llevaba la gran piedra negra que representaba al dios del sol, adornada con oro y piedras preciosas, y tirado por seis majestuosos caballos blancos. Iba el todopoderoso joven pontífice sentado en la parte delantera, con la espalda vuelta a los corceles y los ojos fijos en su ídolo de piedra. Detrás del carro se llevaban las estatuas de los otros dioses, los ornamentos imperiales y las obras de arte del palacio. La guarnición de Roma y el pueblo formaban la escolta con antorchas, esparciendo flores y coronas por el camino. Por el camino los espectadores de la plebe pedían a gritos suplicantes ser golpeados por su látigo, ya que eso hacia suponer que quien recibiera el cortante golpe del latigazo pariría una criatura sana y fuerte. Después del rito se repartía abundante comida y entradas para el circo a cargo del erario imperial, con lo que la plebe terminaba muy satisfecha El sumo sacerdote había anunciado un programa político que tenía como objetivo suprimir las religiones judaica y cristiana, que consideraba que ponían en peligro al Imperio, cuando el sacerdocio de Heliogábalo estuviese en posesión de los secretos religiosos del mundo entero, tarea a la que ponía a trabajar a los sacerdotes, vestales y augures consultando los textos antiguos; pero le falto tiempo para realizar el ambicioso deseo que hubiera puesto fin al resto de las religiones, para tener una sola religión basada en el culto al sol. Eso era debido que lo consideraba su dios protector y favorecedor de cuando estaba desterrado e inseguro en Antioquia, junto con su familia, por deseo expreso del emperador Macrino. Pero ese nuevo dios extranjero en el que se encarnaba él mismo, que estuviera por encima de Júpiter Optimo Máximo y demás dioses romanos, disgustó enormemente a la nobleza así como al resto de los ciudadanos de Roma que profesaban el resto de credos. Había hecho como muchos siglos atrás como el faraón egipcio Akenatón lo del dios del sol Atón (que había producido la más sangrienta guerra de religiones en Egipto), y ofensa para el resto de los romanos. ¿Os imagináis, por ejemplo, un dictador con poderes absolutos que os obligara por la fuerza el credo musulmán?. Con esa loca actitud, Heliogábalo produjo lo que históricamente se considera la peor de las divisiones sociales: la imposición religiosa: por esa razón encontraba víctimas a montones, a las que asesinaba a su antojo, invitándoles a los insaciables bacanales que organizaba, o echándolas a las fieras del circo.
La primera cosa que hizo cuando llegó a Roma triunfante como nuevo emperador, fue construir un gran templo en honor al dios solar de Emesa Baal (del sol –Helios-, como ya he señalado de ahí viene lo de Heliogábalo), haciendo transportar desde Emesa a Roma la gigantesca piedra negra obtenida de su templo (se creía que el origen de esa piedra tan atípica era un meteorito).Y luego al poco tiempo, el nuevo templo romano del joven dios viviente con la gran piedra negra de Emesa (ciudad siria donde nació el emperador, y dónde se adoraba principalmente a Baal) tuvo también un nuevo ídolo, el de la fenicia Astartea, la diosa lunar de los cartagineses. Heliogábalo lo hizo transportar de Cartago (Útica) a Roma para unirlo con su dios predilecto; de alguna manera eran los númenes de Asia, África, Europa; Oriente y Occidente que simbólicamente iban a unirse en místico himeneo en el nuevo panteón de Heliogábalo; a los esponsales del dios de Emesa siguiéndose los del sumo sacerdote repudiando Heliogábalo a su mujer, Julia Cornelio Paula alegando deficiencia físicas de la dama, y sustituyéndola con la vestal Julia Aquilia Severa, conculcando las leyes romanas que declaraban sacrílego tal matrimonio, aparte de que una vestal que hubiera tenido relaciones sexuales se debía de enterrar viva so pena de que trajera funestas desgracias a Roma. Cansado poco después de ésta, tomó por tercera esposa a Annia Faustina, sobrina de un noble romano descendiente directo del propio emperador Marco Aurelio, que también fue luego rápidamente repudiada para tomar una cuarta esposa, y ésta a su vez para celebrar su quinta boda de lo insaciable que era en la búsqueda de nuevos placeres carnales en las constantes orgías que convocaba. Y es que Heliogábalo tenía un problema incomprensible e intolerable en aquella época entre los romanos: la homosexualidad, cosa que sólo consentían los griegos, a los que consideraban unos depravados y por ello cayeron sometidos al imperio romano. Digamos que físicamente se sentía con cerebro de mujer dentro de un cuerpo de hombre. Y como se sentía mujer, este llegó a pedir a sus médicos que le practicasen una cirugía para cambiarse de sexo arrancándole el pene para en su lugar formar una vagina que hiciera posible su lascivia deseo de ser tomado y penetrado sexualmente, a cambio de una enorme suma de dinero; y ante la imposibilidad de lograrlo, los médicos tan sólo consiguieron hacerle un operación de fimosis, como solían hacerse los egipcios o los judíos. Y por esa transexualidad siempre se vestía como una mujer.
Como habían hecho otros anteriores emperadores romanos, especialmente el caso de Calígula, el enfebrecido emperador transexual vagaba por las calles de la ciudad, después de anochecido, vestido como una mujer de túnica naranja, la vestimenta romana que representaba la prostitución femenina, ofreciendo su cuerpo a los desconocidos para el intercambio físico. Y por si fuera poco, ofrecía frecuentes orgías en el mismo palacio, de tal modo que el senador patricio romano Dión Casio, testimonio de su época dijo que “Heliogábalo se pintaba los ojos, se depilaba y lucía pelucas antes de prostituirse en tabernas y prostíbulos, e incluso en el palacio imperial. Finalmente, él reservó una habitación en el palacio y allí cometía sus indecencias, permaneciendo siempre desnudo en el umbral, como hacen las prostitutas, y moviendo la cortina que colgaba de anillos dorados, mientras que en una voz suave y conmovedora se ofrecía a los que pasaban por el corredor.” Al final ocurrió que se enamoró de un esclavo-auriga de colosal estatura llamado Hieracles. Entonces, lo mismo que había hecho Nerón, ordenó otro casamiento, en el que aparentemente él sería la mujer que se uniría al esclavo. Acto seguido, tuvo lugar una impresionante escena de desfloración y luna de miel. Heliogábalo acabó por estar tiranizado por este ardiente gigante, siéndole fiel, de acuerdo con su estado, y efectuando los deberes domésticos así como los eróticos de una buena esposa. Pero fue su pasión por Hieracles una de las causas que sellaron su destino. Concibió la fantástica idea de abdicar en favor de su esclavo, lo cual le habría convertido en emperador, mientras él, Heliogábalo, habría reinado como emperatriz dedicándose únicamente al asunto religioso que siempre le obsesionó: el culto al dios-sol representado en la gigantesca piedra que se trajo de Emesa (su hogar en su infancia). Aunque quien gobernaba de verdad en la sombra era su abuela Julia Mesa, Heliogábalo en medio de su locura tenía su propia obsesión de imponer a toda costa su criterio religioso, creando un ambiente y reinado de terror en el que se perseguía como una caza de brujas a todo aquel que le fuera contrario, confiscándole sus propiedades y obteniendo dinero así con los que financiar sus insaciables orgías y juegos del circo. Invitaba a su corte a los notables (que no se podían negar, so pena de muerte), los hacía partícipe de sus orgías y al final les daba comida envenenada. Buscaba a los hombres más hermosos y a las mujeres más bellas, y las hacía participes de los más refinadas orgías, como su pasatiempo favorito. En cierta ocasión concibió la idea aparentemente placentera de derramar pétalos de rosa sobre los invitados a una de sus bacanales. Pero empleó tal cantidad que algunos de los comensales se asfixiaron, y de esa acontecimiento nos ha llegado un cuadro del pintor del neoclásico holandés Lawrence Alma-Tadema. También era muy aficionado a los animales, que acudía a ver al circo donde los contrarios a su religión eran devorados por leones, tigres, osos, etc…, las víctimas eran devoradas por millares, con la excusa de no aceptar el culto al dios sol de Emesa. Hasta incluso se sabe que tenía unos leones amaestrados para tirar de su carro cuando se desplazaba por la ciudad, precedida por su guardia germana, que lo tenían como un díos.
Mientras tanto a la astuta Julia Mesa no se le ocultó el peligro que de las enormes torpezas religiosas de su nieto mayor acarreaban a la familia entera. Heliogábalo, para poder dedicarse a sus brutales planes de unificar las religiones bajo un solo dios, y sabiendo lo insultante que representaba para el pueblo romano entregar el gobierno al esclavo Hieracles de quien estaba abiertamente enamorado, aunque fuera por delegación y fuera su “esposo” elegido expresamente por él mismo, abandonó a favor de su abuela, su madre y su tía los asuntos del Imperio, y entonces vio Roma el inusitado espectáculo de intervenir las mujeres en las reuniones del Senado para emitir su opinión y firmar los senadoconsultos, cosa con la que el emperador se hizo aún más impopular entre el pueblo romano, al quebrantar una de sus seculares tradiciones de gobierno, tal como imponía la indiscutible “mas maiorum” romana. Fue una breve época en que las mujeres tuvieron el verdadero poder en el imperio más poderoso del mundo conocido.
Julia Semis Basiana, la madre del joven emperador, presidía también otra asamblea creada por ella, especie de Senado mujeril, en el que las madres conscriptas del Quirinal dictaban sus decretos sobre la moda, sobre la etiqueta, sobre la presidencia de las ceremonias públicas y sobre otros privilegios de esta especie, menospreciando la “mas moirum” romana. Además las mujeres de la familia imperial, para tener bajo sus manos el gobierno del imperio, fomentaban las extravagancias del cruel, depravado, pero manipulable emperador. La misma madre del emperador Julia Semis, tenía aparentemente la misma locura que su hijo Heliogábalo, y entre sus aposentos privados del palacio imperial organizaba sus propias orgías, entregándose totalmente a la lujuria y a la depravación, igual como hiciera unos dos siglos atrás Mesalina en la corte palatina del emperador Claudio. Su hermana Julia Mammea, era muy distinta: una mujer de gran templanza y acierto que preparaba y educaba bien a su hijo Alejandro, el primo de Heliogábalo. Entonces, previniendo un posible desastre que se le cayera encima, ya incluso la misma abuela Julia Mesa preparaba para el gobierno a su otro nieto Alejandro, que mostraba mejores y más acertadas dotes naturales que su primo. Pero en medio de ese ambiente de tanto terror, los únicos que mostraban abiertamente su disgusto ante tanta abyección y quebranto de la “mas maiorum” eran los pretorianos, pero Heliogábalo, ocupado en sus orgías y sus amantes masculinos, no oyó sus murmullos, ni se apercibió de que habían vuelto sus simpatías hacia su primo Alejandro Casiano, joven entonces de 13 años, que de acuerdo con el aparato de propaganda de Julia Mesa, también era tenido por hijo del difunto emperador Caracalla. Su abuela Julia Mesa, para aprovechar la buena disposición de los pretorianos hacia su otro nieto, persuadió a Heliogábalo en un momento de filial ternura, a adoptar a su primo (podríamos decir que era una extraña adopción de un mozalbete de 13 años hecha por un hombre afeminado de 17 años, que ya era emperador), y de esta forma automáticamente pasaba a ser su heredero legal. Pero después de haber visto Roma a su abuelo Septimio Severo hacerse adoptar por un muerto, no podía maravillarse. El citado Alejandro, hecho César por su jovencísimo “padre adoptivo”, cambiaria su nombre por el de Marco Aurelio Alejandro (221).
Esa adopción apresuró la ruina de Heliogábalo, el cual, no pudiendo arrastrar sus torpezas al severo Alejandro, y celoso del favor que gozaba entre las tropas, revocó la adopción y le quitó el título de Augusto. Ante este acto, los pretorianos que eran incapaces de admitir a un desviado sexual, se rebelaron y, poniendo en seguro a Alejandro, a su madre Julia Mammea y a su abuela Julia Mesa en su ciudadela-palacio, corrieron a la quinta llamada los “Jardines de Vario”, donde moraba Heliogábalo, para darle muerte: pero su arrepentimiento y las súplicas del prefecto de los pretorianos Antíoco que custodiaba el palacio evitaron entonces el asesinato del joven emperador. Claro que en ese caso era su propia abuela Julia Mesa la que manipulaba y sobornaba a los pretorianos, con el objeto de eliminar a su hijo, ya caído en desgracia. Mas al primer nuevo acto de hostilidad del emperador contra su primo, que tardó poco, los guardias se rebelaron de nuevo, y en vano fue Heliogábalo con su madre Julia Semis al cuartel para aquietarlos; recibiéndolo los soldados con gritos de muerte, y persiguiéndolo hasta una letrina del palacio dónde el miedo le hizo refugiarse. Los pretorianos sublevados le mataron, y a la madre igualmente, para después arrastrar a ambos por las calles de Roma para que los viera la plebe, y finalmente arrojando al Tíber sus cadáveres (11 de marzo del 222) para impedir que pudieran recibir honores de sepultura. El enloquecido emperador debía de tener unos 18 ó 20 años en el momento de su asesinato. Tras su muerte, sus edictos religiosos fueron revocados y la piedra de Emesa devuelta a su origen. Todos sus amantes fueron asesinados, y se prohibió que las mujeres volvieran a acudir a las reuniones del Senado. El Senado, que poco ante recibiera la orden de dejar Roma, se vengó del nuevo ultraje infamando la memoria del déspota y borrando su nombre de las inscripciones públicas. Aquel desgraciado miserable emperador dejó, sin embargo, dos recuerdos suyos que no han podido borrarse en la Historia: la restauración del anfiteatro de Vespasiano, devastado por un incendio en tiempo del emperador Macrino, y la conclusión de las gigantescas termas de su supuesto padre Caracalla. La nueva autoridad finalmente quedó entre las manos de Julia Mesa y Julia Mammea, que en la sombra indirectamente financiaban al ejército, hasta la mayoría de edad del nuevo emperador Alejandro Severo.




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