domingo, 7 de noviembre de 2010

EL CASCO DEL VENCEDOR DE FARSALIA


El general volvió cansado a su tienda, y arrojó el casco sobre el catre. En el casco, que ya estaba abollado, notó otra gran abolladura. El general tomó nota mental de que tenía que pedir un casco nuevo. Era evidente que, como jefe de todas las fuerzas de tierra de la zona, no podía ir por el campo de batalla con un casco todo lleno de abolladuras. Se dejó caer sobre la silla y se quitó las botas con forros de piel albina que indicaban su ascendencia juliana, que ya estaban muy embarradas. El día había sido agotador. Desde los preparativos, comenzados antes del alba, y durante todo el ataque y su consiguiente victoria, que había sido abrumadora, hasta la implacable persecución del enemigo, el general no había tenido un momento de reposo. Pero acababa de ganar una victoria importante y decisiva, pues lo más probable era que marcase el fin de la campaña, quizás el comienzo del fin de la guerra civil. Pero sabía que no era así: los cabecillas enemigos había conseguido huir, aparte de que todavía conservaban las flotas, el poder en el mar. El general, embargado por una profunda sensación de haber obrado correctamente, estaba demasiado cansado para sentir júbilo. Además quedaba mucho por hacer, esa noche no podría dormir: se los tendría que pasar leyendo el contenido de todos aquellos cofres capturados de la tienda de mando del enemigo, papeles que resultaban verdaderamente ilustrativos y comprometedores. Demasiadas pruebas con las que implicar a demasiados personajes. Al día siguiente haría levantar una gran pira con la que quemar todos aquellos documentos; así no habría pruebas contra las que incriminar a ningún ciudadano por razones políticas. Un triunfo más al que tendría derecho al regresar a Roma.

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