domingo, 7 de febrero de 2010
QUAN LE BÂTIMENT VA, TOUT VA
Es un viejo proverbio francés, que indica que cuando el sector económico de la construcción va, todo marcha. Precisamente uno de los sectores que nuevamente puede ser la clave para salir de la actual incertidumbre económica y terminar con el grave problema del paro en el que nos hallamos inmersos.
Precisamente el sector de la construcción es muy importante como motor de actividad económica, si se ajusta a unos precios justos y accesibles, ya que la compra de vivienda trae consigo la compra de muebles, electrodomésticos, coches, y una nivelación del consumo. No obstante, y desde hace ya mucho tiempo, algo rompió ese equilibrio, por lo que antes hay que hacer un análisis:
La construcción ha sido seriamente tocada por dos grandes males: la especulación, y las rígidas normas que lo han encarecido todo. La especulación tiene su origen en la facilidad de prestamos que iban otorgando los bancos cada vez por un período más largo, cuando en principio hace unos 30 años, lo habitual era que las hipotecas no sobrepasaran como mucho los 15 años, ocurriendo en muchas ocasiones que las hipotecas ya terminaban amortizadas antes de esos 15 años. Hoy en día hemos llegado al punto de que las hipotecas no logran financiar ninguna vivienda si no es para más de 35 ó 40 años, todo el período de toda una vida laboral, complementado con la jubilación, si no hay suficiente para pagarlo. Ese alargo de la hipoteca a llevado a una brutal subida del precio de la vivienda, especialmente sobre el suelo, que ha enriquecido a propietarios de solares, y a promotores-constructores. Llegó un momento que a falta de dinero en los bancos para seguir prestado, a originado el cierre del grifo del dinero, la cual cosa ha paralizado la actividad constructora, y el afán de solicitar hipotecas aunque ahora los tipos de interés estén bajísimos, bajando los precios de aquellos inmuebles que tienen necesidad desesperada de ser vendidos, algunos ya rozando el precio de coste. La falta de dinero para prestar por parte de los bancos (la crisis financiera de la que tanto se ha hablado en los dos últimos años, y que ha obligado a los gobiernos a inyectar dinero público a los bancos y cajas), y la falta de garantías para la devolución, ha terminado con la alegría constructora de los pasados años, pasando ahora a la cruda crisis que ahora estamos padeciendo, con obras paralizadas sin financiación, y sin compradores, y con muchísimos ex currantes del ramo engrosando las filas del paro, dejando por el camino a un montón de gente endeudada hasta la camisa.
Por otra parte, contradice mucho que haya subido mucho el coste de la ejecución material de la obra, cuando los descubrimientos tecnológicos se supone que deberían de llevar un abaratamiento de los mismos, con unos materiales de más calidad y más económicos, así como mayor rapidez en el acabado de las obras, gracias a las nuevas tecnologías de útiles, máquinas y herramientas, lejos de aquellos viejos tiempos del pico y pala, de pastar a mano con carretilla, o de apuntalar con palos de madera.. Pero no es así, dado que la calidad de trabajo se ha visto entorpecida por rígidas normas que lo han encarecido todo. Permisos de obras, planos técnicos, planes de seguridad e higiene, nuevos seguros obligatorios, inspectores, fraccionamiento de las competencias laborales con prohibición expresa de ejecutar según qué tareas, normas administrativas, variedad de impuestos, etc..., son toda una serie de trabas que representan un gran coste económico, pero que en una obra no se materializa en nada, y por tanto es la parte más improductiva, invisible y cara del conjunto de la obra. Por ejemplo, una grúa hace unos 30 años, la llevaba cualquier empleado con un mínimo de destreza, aunque fuera peón o aprendiz; hoy en día no la puede llevar nadie porque lo impide una prohibición, si antes no dispone de un carnet de gruísta, que supone centenares de horas de inútiles clases. Y lo mismo decir sobre llevar un toro, cuando antes lo llevaba cualquiera. Por otra parte, ahora entra otro impedimento: para el año 2012, será obligatorio tener un carnet de albañil avalado por centenares de horas de clases, para poder ejercer legalmente la profesión, algo que no está al alcance de cualquiera, pues ¿qué albañil puede ir a clases después de la dura y agotadora jornada que absorbe gran resistencia física en los trabajos pesados y a merced de la intemperie, y con responsabilidades familiares fuera de horas de trabajo?. Esa medida llevará, inevitablemente, a engrosar la lista de fraudes a los que estamos habituados los del ramo de la construcción. Por otra parte, la albañilería es oficio, algo que se aprende y se alcanza maestría y experiencia después de practicar muchísimos años de trabajo y dedicación, no a través de centenares de horas de trabajo teóricas por parte de supuestos técnicos en arquitectura o ingeniería que apenas nada saben de práctica constructiva. Un maestro albañil que sabe las auténticas verdades y los trucos sobre la correcta construcción de viviendas, es un veterano con muchísimas obras ejecutadas en muchos años, sudando, cansándose, y ensuciándose todos los días; no un supuesto técnico con un título universitario bien vestido, limpio y ordenado, que tan sólo se presenta en las obras con un casco, criticando y exigiendo sobre todo lo que encuentra a su paso (y encima cobra -y demasiado- por su función improductiva de entorpecer, retrasar y encarecer las obras). Otra traba más de la administración y los políticos, como si no tuvieran bastante con estropear aún más las condiciones en un sector que es de vital importancia para superar la crisis y acabar con el paro.
En muchísimos otros países (y no señalo a los que siguen con las rigideces parecidas del resto de Europa), están en los niveles de la España de hace 40 años atrás, cuando el sector de la construcción era más liberalizado y no estaba castigado por tantas rígidas normas administrativas que se exigen en la actualidad; y además como en Estados Unidos, apenas se ven gravado de impuestos. Si queremos resolver todos esos males que afectan al sector de la construcción, hay que empezar por volver a la liberalización de antaño, y permitir a la gente que trabaje como quiera, sin normas que exijan una cosa u otra, porque esas normas lo que hacen es encarecer el coste final, y si la vivienda es cara, la gente no compra, y si la gente no compra, la economía del país se queda estancada. Aparte de que el propio mercado es lo que puede hacer que las empresas de construcción, si son totalmente liberalizadas de trabas administrativas y de impuestos, puedan hacer la competencia entre sí, y con ello ofrecer precios más ajustados a los compradores. El abaratamiento de los materiales de construcción, y la nueva tecnología de maquinaria y herramientas que no se disponían 40 años atrás, teóricamente deberían de suponer la construcción de una vivienda de mayor calidad y más barata en comparación a hace 40 años, cuando las hipotecas estaban por debajo de los 15 años, y no es así, por lo que algo falla, y la causa son los males derivados de lo que he señalado más arriba.
Por otra parte, con la liberalización total del sector, libre de trabas, de normas administrativas, y de impuestos,...tan sólo en una única cosa debería de intervenir la Administración, a mi modesto juicio: en la elaboración de una ley hipotecaria, que prohibiera a los bancos la concesión de hipotecas por encima de los 15 años, que serviría no sólo para impedir la especulación y para evitar que la gente se endeude de por vida, sino también para que ayude al mercado a anivelar a su precio justo el precio real de la vivienda con suficiente margen de beneficio para los constructores.
Nuestro país está muy necesitado de viviendas a precios accesibles (no esas miles viviendas vacías, a precios desorbitados consecuencia de la especulación que ya he mencionado anteriormente), y esos cambios en el sector de la construcción son muy necesarios, puesto que su activación y estímulo, animaría a los inversores y particulares que necesitan vivienda o reformas de los inmuebles que ya tienen, y este nuevo impulso haría posible la creación y mantenimiento de nuevos puestos de trabajo y reactivación del consumo, que buena falta en los revueltos tiempos actuales de paro y crisis económica.
Por otra parte, ya que el gobierno y los llamados “agentes sociales” hablan tanto esos días de “reforma laboral”, en el caso de la construcción, la única reforma laboral que opino que puede terminar con el paro, es liberalizar de trabas administrativas, de impuestos innecesarios, y de costes de contratación a los empresarios, autónomos y emprendedores. Se debe de garantizar una contratación que libere de futuras indemnizaciones, de impuestos, y que permita totalmente el despido libre cuando sea necesario. Sólo así es posible que los emprendedores puedan contratar gente sin complicaciones, manteniendo a los mejores, y de esta manera contribuir a reducir las cifras del paro. No existe otra formula mejor, que yo sepa. Y si no se apoya a los emprendedores, que son los únicos con ideas y capacidad para crear puestos de trabajo, no conseguiremos acabar con la lacra del paro ni salir rápidamente de la crisis.
Como dicen los franceses “quan le bâtiment va, tout va” (cuando la construcción va, todo va), si descuidamos que sea posible tan sabio proverbio, nuestro país tendrá complicadísimo de salir adelante, y la economía de subsistencia (y subterránea) en la que ya estamos metidos, se verá sometida como siempre a sido: a la ley del más fuerte. Quienes tienen el poder de hacer cambiar las cosas, ya están avisados, y por mi parte ya saben qué tienen que hacer en el sector de la construcción para arreglar el paro y la crisis. Palabra de albañil.
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Precisamente el sector de la construcción es muy importante como motor de actividad económica, si se ajusta a unos precios justos y accesibles, ya que la compra de vivienda trae consigo la compra de muebles, electrodomésticos, coches, y una nivelación del consumo. No obstante, y desde hace ya mucho tiempo, algo rompió ese equilibrio, por lo que antes hay que hacer un análisis:
La construcción ha sido seriamente tocada por dos grandes males: la especulación, y las rígidas normas que lo han encarecido todo. La especulación tiene su origen en la facilidad de prestamos que iban otorgando los bancos cada vez por un período más largo, cuando en principio hace unos 30 años, lo habitual era que las hipotecas no sobrepasaran como mucho los 15 años, ocurriendo en muchas ocasiones que las hipotecas ya terminaban amortizadas antes de esos 15 años. Hoy en día hemos llegado al punto de que las hipotecas no logran financiar ninguna vivienda si no es para más de 35 ó 40 años, todo el período de toda una vida laboral, complementado con la jubilación, si no hay suficiente para pagarlo. Ese alargo de la hipoteca a llevado a una brutal subida del precio de la vivienda, especialmente sobre el suelo, que ha enriquecido a propietarios de solares, y a promotores-constructores. Llegó un momento que a falta de dinero en los bancos para seguir prestado, a originado el cierre del grifo del dinero, la cual cosa ha paralizado la actividad constructora, y el afán de solicitar hipotecas aunque ahora los tipos de interés estén bajísimos, bajando los precios de aquellos inmuebles que tienen necesidad desesperada de ser vendidos, algunos ya rozando el precio de coste. La falta de dinero para prestar por parte de los bancos (la crisis financiera de la que tanto se ha hablado en los dos últimos años, y que ha obligado a los gobiernos a inyectar dinero público a los bancos y cajas), y la falta de garantías para la devolución, ha terminado con la alegría constructora de los pasados años, pasando ahora a la cruda crisis que ahora estamos padeciendo, con obras paralizadas sin financiación, y sin compradores, y con muchísimos ex currantes del ramo engrosando las filas del paro, dejando por el camino a un montón de gente endeudada hasta la camisa.
Por otra parte, contradice mucho que haya subido mucho el coste de la ejecución material de la obra, cuando los descubrimientos tecnológicos se supone que deberían de llevar un abaratamiento de los mismos, con unos materiales de más calidad y más económicos, así como mayor rapidez en el acabado de las obras, gracias a las nuevas tecnologías de útiles, máquinas y herramientas, lejos de aquellos viejos tiempos del pico y pala, de pastar a mano con carretilla, o de apuntalar con palos de madera.. Pero no es así, dado que la calidad de trabajo se ha visto entorpecida por rígidas normas que lo han encarecido todo. Permisos de obras, planos técnicos, planes de seguridad e higiene, nuevos seguros obligatorios, inspectores, fraccionamiento de las competencias laborales con prohibición expresa de ejecutar según qué tareas, normas administrativas, variedad de impuestos, etc..., son toda una serie de trabas que representan un gran coste económico, pero que en una obra no se materializa en nada, y por tanto es la parte más improductiva, invisible y cara del conjunto de la obra. Por ejemplo, una grúa hace unos 30 años, la llevaba cualquier empleado con un mínimo de destreza, aunque fuera peón o aprendiz; hoy en día no la puede llevar nadie porque lo impide una prohibición, si antes no dispone de un carnet de gruísta, que supone centenares de horas de inútiles clases. Y lo mismo decir sobre llevar un toro, cuando antes lo llevaba cualquiera. Por otra parte, ahora entra otro impedimento: para el año 2012, será obligatorio tener un carnet de albañil avalado por centenares de horas de clases, para poder ejercer legalmente la profesión, algo que no está al alcance de cualquiera, pues ¿qué albañil puede ir a clases después de la dura y agotadora jornada que absorbe gran resistencia física en los trabajos pesados y a merced de la intemperie, y con responsabilidades familiares fuera de horas de trabajo?. Esa medida llevará, inevitablemente, a engrosar la lista de fraudes a los que estamos habituados los del ramo de la construcción. Por otra parte, la albañilería es oficio, algo que se aprende y se alcanza maestría y experiencia después de practicar muchísimos años de trabajo y dedicación, no a través de centenares de horas de trabajo teóricas por parte de supuestos técnicos en arquitectura o ingeniería que apenas nada saben de práctica constructiva. Un maestro albañil que sabe las auténticas verdades y los trucos sobre la correcta construcción de viviendas, es un veterano con muchísimas obras ejecutadas en muchos años, sudando, cansándose, y ensuciándose todos los días; no un supuesto técnico con un título universitario bien vestido, limpio y ordenado, que tan sólo se presenta en las obras con un casco, criticando y exigiendo sobre todo lo que encuentra a su paso (y encima cobra -y demasiado- por su función improductiva de entorpecer, retrasar y encarecer las obras). Otra traba más de la administración y los políticos, como si no tuvieran bastante con estropear aún más las condiciones en un sector que es de vital importancia para superar la crisis y acabar con el paro.
En muchísimos otros países (y no señalo a los que siguen con las rigideces parecidas del resto de Europa), están en los niveles de la España de hace 40 años atrás, cuando el sector de la construcción era más liberalizado y no estaba castigado por tantas rígidas normas administrativas que se exigen en la actualidad; y además como en Estados Unidos, apenas se ven gravado de impuestos. Si queremos resolver todos esos males que afectan al sector de la construcción, hay que empezar por volver a la liberalización de antaño, y permitir a la gente que trabaje como quiera, sin normas que exijan una cosa u otra, porque esas normas lo que hacen es encarecer el coste final, y si la vivienda es cara, la gente no compra, y si la gente no compra, la economía del país se queda estancada. Aparte de que el propio mercado es lo que puede hacer que las empresas de construcción, si son totalmente liberalizadas de trabas administrativas y de impuestos, puedan hacer la competencia entre sí, y con ello ofrecer precios más ajustados a los compradores. El abaratamiento de los materiales de construcción, y la nueva tecnología de maquinaria y herramientas que no se disponían 40 años atrás, teóricamente deberían de suponer la construcción de una vivienda de mayor calidad y más barata en comparación a hace 40 años, cuando las hipotecas estaban por debajo de los 15 años, y no es así, por lo que algo falla, y la causa son los males derivados de lo que he señalado más arriba.
Por otra parte, con la liberalización total del sector, libre de trabas, de normas administrativas, y de impuestos,...tan sólo en una única cosa debería de intervenir la Administración, a mi modesto juicio: en la elaboración de una ley hipotecaria, que prohibiera a los bancos la concesión de hipotecas por encima de los 15 años, que serviría no sólo para impedir la especulación y para evitar que la gente se endeude de por vida, sino también para que ayude al mercado a anivelar a su precio justo el precio real de la vivienda con suficiente margen de beneficio para los constructores.
Nuestro país está muy necesitado de viviendas a precios accesibles (no esas miles viviendas vacías, a precios desorbitados consecuencia de la especulación que ya he mencionado anteriormente), y esos cambios en el sector de la construcción son muy necesarios, puesto que su activación y estímulo, animaría a los inversores y particulares que necesitan vivienda o reformas de los inmuebles que ya tienen, y este nuevo impulso haría posible la creación y mantenimiento de nuevos puestos de trabajo y reactivación del consumo, que buena falta en los revueltos tiempos actuales de paro y crisis económica.
Por otra parte, ya que el gobierno y los llamados “agentes sociales” hablan tanto esos días de “reforma laboral”, en el caso de la construcción, la única reforma laboral que opino que puede terminar con el paro, es liberalizar de trabas administrativas, de impuestos innecesarios, y de costes de contratación a los empresarios, autónomos y emprendedores. Se debe de garantizar una contratación que libere de futuras indemnizaciones, de impuestos, y que permita totalmente el despido libre cuando sea necesario. Sólo así es posible que los emprendedores puedan contratar gente sin complicaciones, manteniendo a los mejores, y de esta manera contribuir a reducir las cifras del paro. No existe otra formula mejor, que yo sepa. Y si no se apoya a los emprendedores, que son los únicos con ideas y capacidad para crear puestos de trabajo, no conseguiremos acabar con la lacra del paro ni salir rápidamente de la crisis.
Como dicen los franceses “quan le bâtiment va, tout va” (cuando la construcción va, todo va), si descuidamos que sea posible tan sabio proverbio, nuestro país tendrá complicadísimo de salir adelante, y la economía de subsistencia (y subterránea) en la que ya estamos metidos, se verá sometida como siempre a sido: a la ley del más fuerte. Quienes tienen el poder de hacer cambiar las cosas, ya están avisados, y por mi parte ya saben qué tienen que hacer en el sector de la construcción para arreglar el paro y la crisis. Palabra de albañil.
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