domingo, 25 de abril de 2010
EL DIARIO SECRETO DEL INGENIOSO AMANTE MENGUANTE.
( UN CUENTO ERÓTICO EN UNA LOCA NOCHE INSOMNIE DE POLUCIONES )
Hacia unos días que no me acuerdo de qué motín en el barco pirata había participado. ¿Se llamaba “Bounty”, o algo parecido. Ser pirata es lo único que me hacia sentir libre en aquella sociedad y orden mundial impuesto tan hipócrita. Pero casualmente en aquella noche de terrible tormenta, tras naufragar, llegué a una misteriosa isla desierta siendo el único superviviente, donde vi que sólo estaban habitadas por unas acogedoras y sensuales mujeres gigantescas, un par de morenas y otra de rubia, que pertenecían a una avanzada civilización de la que pensaba que ya se había extinguido: la de las amantes amazonas de la asiduidad sexual. No era un mito, porque ahí estaban; nada de ver con los dinosaurios. Cuando una de las morenas me descubrió, me sentí como si me observara King Kong. Me estuvo observando un buen rato...., pero por lo que se ve, repentinamente se había enamorado de mí, y estuvo presta a cuidarme, y luego, tras decirme muchos mimos cariñosos, me presentó a sus otras dos compañeras.
Quizás debía de ser la primera vez que las tres veían a un hombre, después de muchos años, y aquellas bellezas se apresuraron a enseñarme todo lo que había de saber sobre el sexo, pues nada más verme se le despertaron los ardores. Para descubrirlas, me hicieron subir en una pequeña escalera improvisada, para que yo pudiera ver más de cerca, su sitio más reclamado. Yo también me excité al verlas así, tan guapas, tan grandes y tan sexys. Sin proponérmelo yo voluntariamente, me convertí en su juguete más preferido y preciado de ellas, y ellas se alegraron porque se dieron cuenta de que había conseguido romper con su aburrida rutina de cada día.
Me cuidaban mejor que a un bebé, pero también me hacían explorar salvajemente (pero deliciosamente) sus húmedas y jugosas grutas interiores, de agradable y sabroso sabor salado, que casi me ahogo de tanto éxtasis. Me suplicaban que hiciera allí lo que se me antojara; ¡no me prohibieron nada!, ¡ me sentí como en un cielo!, como un sibarita en miniatura al que no se le prohíbe ninguna lujuria ni sana perversión.
Ellas alcanzaron el éxtasis con unos espasmos de aquellas grutas rosadas tan deseadas como mojadas, después de tanta pasión contenida, después de hacerme sufrir tanto a mí de inimaginable placer. ¡Qué movidas más agradables!. Me convertí gustosamente en su esclavo del placer, para poder apurar todas las noches las mieles de aquellas húmedas grutas, sin las cuales parecía que no podíamos vivir tanto ellas como yo.
Me besaron, me lamieron como a un helado, y estuvieron a punto de comerme, pero se contuvieron para meterme dentro sus grutas. Y eso de que me alimentaban cariñosamente con las sabrosas fresas de aquel lugar, y con la leche de sus tetas, que hacían que todos los días me sintiera sano y fuerte.
Me cuidaron con tanto mimo, pasando unas inolvidables noches, que decidí quedarme a vivir allí en aquella isla para el resto de mi vida, aunque todos los días me dejaban totalmente seco de mis fluidos vitales, que me quedaba dulcemente dormido entre ellas, especialmente entre sus suaves y turgentes senos como cama y almohada, que ellas se turnaban para mi. Llegué a olvidarme de que fui un pirata libre, y de las penalidades que pasé en una vida pasada. ¿Despertaría alguna vez de aquella tierna pesadilla?. Aquello se parecía más a un Edén, con sus gigantescas huríes.
Por fin, me sentí que estaba como en el país más libre del mundo, donde el sexo era una libertad más conquistada, y un medio para conocerse mejor los miembros de ambos sexos. Atrás quedaba la hipocresía de aquellos países por donde llegué navegando, de los falsos santurrones que seguían las indicaciones del Vaticano o de los clérigos del pañuelo-burka, y de esa represión de los sexofobos moralistas que demasiado a menudo entrañaba la violencia psicológica. En aquella isla descubrí la libertad, la felicidad, y la buena vida, y me he decidido quedarme para el resto de mi vida.
Y terminado mi diario secreto, lo meto dentro de una botella, y la lanzo al mar del internet,…por si alguna vez llega a manos de alguien, descubra que existí, que mucho aprendí de aquellas gigantescas amazonas, y que en un paraíso de isla estuve.
Hacia unos días que no me acuerdo de qué motín en el barco pirata había participado. ¿Se llamaba “Bounty”, o algo parecido. Ser pirata es lo único que me hacia sentir libre en aquella sociedad y orden mundial impuesto tan hipócrita. Pero casualmente en aquella noche de terrible tormenta, tras naufragar, llegué a una misteriosa isla desierta siendo el único superviviente, donde vi que sólo estaban habitadas por unas acogedoras y sensuales mujeres gigantescas, un par de morenas y otra de rubia, que pertenecían a una avanzada civilización de la que pensaba que ya se había extinguido: la de las amantes amazonas de la asiduidad sexual. No era un mito, porque ahí estaban; nada de ver con los dinosaurios. Cuando una de las morenas me descubrió, me sentí como si me observara King Kong. Me estuvo observando un buen rato...., pero por lo que se ve, repentinamente se había enamorado de mí, y estuvo presta a cuidarme, y luego, tras decirme muchos mimos cariñosos, me presentó a sus otras dos compañeras.
Quizás debía de ser la primera vez que las tres veían a un hombre, después de muchos años, y aquellas bellezas se apresuraron a enseñarme todo lo que había de saber sobre el sexo, pues nada más verme se le despertaron los ardores. Para descubrirlas, me hicieron subir en una pequeña escalera improvisada, para que yo pudiera ver más de cerca, su sitio más reclamado. Yo también me excité al verlas así, tan guapas, tan grandes y tan sexys. Sin proponérmelo yo voluntariamente, me convertí en su juguete más preferido y preciado de ellas, y ellas se alegraron porque se dieron cuenta de que había conseguido romper con su aburrida rutina de cada día.
Me cuidaban mejor que a un bebé, pero también me hacían explorar salvajemente (pero deliciosamente) sus húmedas y jugosas grutas interiores, de agradable y sabroso sabor salado, que casi me ahogo de tanto éxtasis. Me suplicaban que hiciera allí lo que se me antojara; ¡no me prohibieron nada!, ¡ me sentí como en un cielo!, como un sibarita en miniatura al que no se le prohíbe ninguna lujuria ni sana perversión.
Ellas alcanzaron el éxtasis con unos espasmos de aquellas grutas rosadas tan deseadas como mojadas, después de tanta pasión contenida, después de hacerme sufrir tanto a mí de inimaginable placer. ¡Qué movidas más agradables!. Me convertí gustosamente en su esclavo del placer, para poder apurar todas las noches las mieles de aquellas húmedas grutas, sin las cuales parecía que no podíamos vivir tanto ellas como yo.
Me besaron, me lamieron como a un helado, y estuvieron a punto de comerme, pero se contuvieron para meterme dentro sus grutas. Y eso de que me alimentaban cariñosamente con las sabrosas fresas de aquel lugar, y con la leche de sus tetas, que hacían que todos los días me sintiera sano y fuerte.
Me cuidaron con tanto mimo, pasando unas inolvidables noches, que decidí quedarme a vivir allí en aquella isla para el resto de mi vida, aunque todos los días me dejaban totalmente seco de mis fluidos vitales, que me quedaba dulcemente dormido entre ellas, especialmente entre sus suaves y turgentes senos como cama y almohada, que ellas se turnaban para mi. Llegué a olvidarme de que fui un pirata libre, y de las penalidades que pasé en una vida pasada. ¿Despertaría alguna vez de aquella tierna pesadilla?. Aquello se parecía más a un Edén, con sus gigantescas huríes.
Por fin, me sentí que estaba como en el país más libre del mundo, donde el sexo era una libertad más conquistada, y un medio para conocerse mejor los miembros de ambos sexos. Atrás quedaba la hipocresía de aquellos países por donde llegué navegando, de los falsos santurrones que seguían las indicaciones del Vaticano o de los clérigos del pañuelo-burka, y de esa represión de los sexofobos moralistas que demasiado a menudo entrañaba la violencia psicológica. En aquella isla descubrí la libertad, la felicidad, y la buena vida, y me he decidido quedarme para el resto de mi vida.
Y terminado mi diario secreto, lo meto dentro de una botella, y la lanzo al mar del internet,…por si alguna vez llega a manos de alguien, descubra que existí, que mucho aprendí de aquellas gigantescas amazonas, y que en un paraíso de isla estuve.
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