La Segunda Guerra Mundial vista desde otra perspectiva, ya
digamos del cine coreano (y lo que es más curioso es que está basada en una
historia real, cuyos protagonistas son un coreano llamado Jun-shin-Kim y un japonés llamado Tatsuo, ambos
aficionados a la marathón, y ambos fuertemente enfrentados y enemistados por
circunstancias de la vida).
La guerra en toda su crudeza y crueldad, expuesta desde un
punto de vista coreano, un país dividido y que oficialmente continúa en estado
de guerra, entre la Corea del Sur libre con un calco de democracia anglosajona,
contra la dictadura totalitaria comunista de Corea del Norte. Las dos Coreas
son dos países que llevan décadas temiendo la repetición del fantasma de una
guerra civil no terminada. No obstante la Corea del Sur que quedó en la miseria
tras la guerra de los años 50 con su hermano vecino del norte, en las décadas
que siguieron hizo su propia revolución industrial siendo un país con muy
escasos recursos naturales y que sólo podía disponer de la asombrosa fuerza de
trabajo de sus habitantes, llegando a ser uno de los llamados “tigres
asiáticos” de desarrollo avanzado, que fue capaz de convocar y organizar la
Olimpiada de Seul, y entrando en la
actual era de la globalización, los disciplinados y super-trabajadores
sudcoreanos no sólo han logrado ser la más seria competencia de la
norteamericana Apple mejorando y perfeccionando sus productos informáticos,
sino que incluso su industria automovilística ha llegado a desbancar al propio
gigante japonés Toyota, desde hace poco considerado el líder mundial. Ese gran
avance en la era de la globalización, con el sello de la competitividad y de la
eficiencia en los mercados internacionales se ha llevado también en el cine,
como podemos ver en el caso de esta película bélica, con escenas muy logradas y
buen aprovechamiento de lo último en efectos especiales, que bien puede decirse
que supera a sus antecesoras norteamericanas.
La película del director
Kang Ke-Kyu conlleva unos
mensajes especiales que no se daban en el cine de Hollywood, acostumbrados a
que nos muestren a los aliados y a los norteamericanos como los “buenos y los
salvadores”, y los alemanes y japoneses como “los malos y opresores”. Se ve
desde otro prisma, por ejemplo, cómo era la milicia japonesa, con un alto
sentido del honor en cuanto se refiere al leal servicio al Mikado (o sea, el
Emperador) al que se consideraba algo así como un padre sagrado de todos los
japoneses y al que se le debía obediencia ciega y absoluta sumisión. Los
japoneses, lo mismo que los coreanos condenados a servir en la milicia imperial
nipona, son incluso maltratados por sus propios superiores, a los que si
incluso la disciplina falla, son obligados a hacerse el harakiri (suicidio con
un sable o puñal tipo samurai clavándoselo en las propias tripas). Y luego
también veíamos que los kamikaze, esos soldados-suicidas, no eran el recurso
último para vencer al enemigo norteamericano en las batallas navales del Pacífico,
sino que ya existía como forma de hacer la guerra en la forma que vemos en la
película de camiones llenos de bidones de gasolina que se lanzan para
estrellarse de un modo suicida contra los tanques soviéticos, o los propios
soldados-suicidas que llevan consigo las propias bombas y se ponen debajo o al
tocar mismo de los tanques. ¿Para qué tanta carnicería y tanta matanza inútil,
en un ejercito que no solo es invasor, sino que además sus soldados son poco y
mal alimentados?. Lo que me hace pensar que el problema de la época no era sólo
la necesidad de expansión a falta de espacio vital de los pequeños países del
Eje (Alemania, Italia y Japón), sino el
problema mismo de la superpoblación que se manifiesta en Malthus en su famosa teoría
de la sobrepoblación. Las naciones entran en guerra y no solo para expandir sus
imperios y sus mercados, sino también para reducir su propia población y la de
las naciones ajenas, consideradas excesivas.
Eso mismo ocurre en la Rusia socialista soviética de Stalin,
donde por un lado a los propios soldados de los soviets se les envia a la
muerte absurda, segura y estúpida de cuales quiera de los frentes sea la China
ocupada por Japón, o un Stalingrado en ruinas que los alemanes se resisten a
entregar, y lo mismo a los propios prisioneros de guerra se les envía a los
terribles campos de trabajo con temperaturas infernales de varias decenas de
grados bajo cero y en los que miles de prisioneros mueren congelados y enfermos
y para prevenirse de epidemias, los cadáveres congelados son quemados en
hornos, lo mismo que hacían los nazis con los judíos, prisioneros de guerra y
otros pueblos considerados como ajenos a los propios nazis alemanes. Parece que
en el fondo se llevara a cabo la famosa Teoria de Malthus en la que estamos en
un mundo superpoblado y hay que aprovechar las guerras para que las naciones se
puedan matar entre sí, y así reducir su población. Eso se explica tanta matanza
y tanta carnicería inútil y gratuita, cuando un buen general parte siempre de
que la mejor estrategia de batalla es vencer siempre con el mínimo de bajas y
de sufrimiento para las propias tropas. Si no se parte con ese principio,
ningún jefe militar puede ser bueno, ni está haciendo lo correcto.
No en vano el propio general japonés Togo, tras atacar Peral
Harbour, y de esta manera provocar a Estados Unidos para que también entrara en
la guerra, no le quedó otro remedio que decir ( con toda razón) : “hemos
despertado a un gigante que ahora nos aplastará, y un hombre de Estado
inteligente hubiera hecho todo lo posible para evitar la guerra”.
¡Qué inutilidad, estupidez, sufrimiento y locura la guerra!,
y lo de matarse los unos a los otros sin sentido, y sin entender del todo las
razones de esa guerra y las causas a las que se defienden. Y luego los protagonistas
de los campos de batalla caídos en desgracia, cuando no muertos (que la muerte
ya sería en sí toda una liberación de estos sufrimientos), les toca aguantar
las humillaciones y penalidades crueles e infrahumanas a las que somete el
enemigo, e incluso las del terrible general Invierno Ruso, del cual tras el
terrible sufrimiento del frío intenso contra el que luchas de forma sobrehumana
permaneciendo despierto, soportando todo tipo de dolores y en movimiento, porque
en cuanto te descuides sientes como si te duermes (que es que te estás
congelando) y ya no puedes volver a despertar de ese extraño sueño ya de por
ahora en adelante eterno.
Lo que me hace recordar ciertas palabras de un
filósofo oriental (no me acuerdo ahora el nombre) con aquello de “Hazte de un
enemigo un amigo”, que los dos protagonistas de la película al final de
compartir estupidas enemistades y horribles penalidades, se perdonan ellos
mismos y lo consiguen, ¿y no es esto lo más sabio de hacer, al fín y al cabo?.
¿Cómo se podían soportar tantas penalidades, tantas sinrazones, tantas
estupideces, tantas adversidades hasta el límite de lo inhumano?. Creo que en
este caso la clave está en aquella reflexión del filósofo griego Platón: “La
mayor victoria es la conquista de uno mismo”, y ese es el mensaje final que he
entendido en tan lograda película: la misma vida, la supervivencia, el
sobrevivir a toda costa aún llegando a los límites de la locura y de lo
inhumano. Los dos protagonistas, con el durísimo entrenamiento de la marathón, les debiera de proporcionar gran resistencia física, un complemento a la gran resistencia psicológica como para poder superar situaciones tan adversas y tan sobrehumanas. O como diría otro personaje oriental más cercano en el tiempo, el
líder comunista vietnamita Ho Chi Minh (conocido como el “tío Ho”), que dijo
algo así como “Podrás perder mil batallas pero solamente al perder la risa
habrás conocido la auténtica derrota”. La lucha contra la locura, contra la
pesadilla, al igual que la esperanza, es lo último que ha de perderse, y la
capacidad de resistencia del ser humano puede llegar a ser muy grande, igual
que el propio instinto de supervivencia cuando se encuentra en casos extremos.
Hoy en día, quizás no sea del todo problema la Teoría de Malthus,
porque al parecer hay recursos, energías alternativas y tecnologías suficientes
para beneficiar a la humanidad en su conjunto y con ello frenar un crecimiento
desordenado de la población, si se poner verdadero interés y empeño en ello.
Las guerras últimas que se han librado en Vietnam, Afganistán o Irak, por citar
tres escenarios de los más conocidos, parece que se dan más en función de los
intereses económicos de ciertas corporaciones petroleras y otras
multinacionales con muchísimo poder que se resisten a perderlo. Pero eso ya
sería un tema muy largo del que hablar aquí. Lo bueno de la película, muy bien
elaborada por supuesto, es que nos da
para reflexionar sobre las guerras y sobre hasta dónde puede llegar el ser
humano.
Os dejo aquí con la película “MY WAY”, de muy altísima
recomendación:
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