Esta es la carta que escribió una amiga mía, y la quiero compartir con vosotros en mi blog: :
Me considero uno de tus mejores amigos y creo que tú también lo eres, por lo mucho que ya has hecho, sonriendo y llorando por mi.
Pero no tengo el derecho a exigirte que confíes ciegamente en mí,
Ni a saberlo todo sobre ti,
Ni a robarte tu tiempo,
Ni a interferir en tus caminos,
Ni a chantajearte con mi bondad,
Ni a exigir que llores primero en mi hombro,
Ni a exigir que corras primero hacia mi,
Ni a reclamar por las verdades que no dijiste,
Ni por las mentiras que proferiste,
Ni por los secretos que ocultaste.
El ser amigo tuyo no me da ningún derecho sobre tu conciencia.
Al contrario, ser amigo tuyo supone solamente querer tu bien, porque te quiero bien.
Solo eso.
Te llamaré la atención ante ciertos peligros, estaré a tu lado cuando te equivoques y cuando aciertes, estaré preocupado cuando sufras un dolor intenso, estaré inquieto cuando sepa que no estas bien, ¡sonreiré de alegría! cuando sepa que eres feliz.
Para mi no quiero nada. Ni siquiera el consuelo de saber si soy o no soy tu mejor amigo, lo que dices o dejas de decir, lo que sientes o dejas de sentir; de saber si crees que soy la mejor persona que pasó por tu vida.
¿Qué es entonces lo que espero y lo que deseo?
Lo que espero y deseo es:
Que nunca te canses de mi amistad,
Que nunca te canses de saber que alguien se preocupa por ti, que nunca digas: “Ya esta aquí otra vez ese pesado”.
Lo que espero y lo que sueño es:
Que si un día necesitas que alguien te escuche, cuentes con mis oídos; que si algún día el dolor te aplana, tengas el coraje sin el temor de encontrarme cansado, amargado, escandalizado o vacío, de acercarte a mi y decirme que necesitas a alguien como yo, que busque tan solo tu paz interior.
Lo que realmente anhelo es:
Que entiendas que no te quiero para mí, sino solamente para ti; que no te quiero con exclusividad, sino con ternura sincera de hermano; que entiendas que si fuera preciso, daría mi vida por ti, que, si las circunstancias lo exigieran, me retiraría para que mi recuerdo o mi presencia jamás te impidieran ser feliz.
No, no necesito de ti; pero, como soy tu amigo, quiero necesitar de ti.
Puedo vivir sin ti, pero con tu amistad se que crecería mucho mas.
Finalmente, quiero que conozcas la mayor de las razones por las que he sido tu amigo de todas las horas:
Sin saberlo, me has elevado, muy alto, hasta muy cerca de Dios, siempre que al mirarme en los ojos o al mirar yo los tuyos he descubierto que querías de mi solamente que yo fuera una presencia amiga en tus alegrías y en tus lágrimas.
Y el día en que descubrí que me quieres, pero que no te hago falta y que no es necesario que te agarres a mí como tabla de salvación, ese día fue cuando sentí la victoria de ser amigo.
Todo lo que quise y lo que quiero es conquistarte para devolverte a tu propia tranquilidad.
De ti solo deseo guardar un recuerdo:
El de las muchas veces que vi. todo lo que tenías de Dios dentro de tu rabia contenida y de tu corazón generoso y empapado de lágrimas.
Tú me enseñaste mucho más de lo que crees. Por eso, cuando no podía hablar de Dios contigo, hablaba a Dios de ti. Y de alguna forma nunca dejé de estar a tu lado.
Pero ¿sabes que es lo que mas me encanta de nuestra amistad?
Creo que has permanecido libre a pesar de haberme escuchado tanto y se que nunca me has esclavizado.
Si todo esto no es amistad, entonces no soy tu amigo.
Si todo esto es amistad, entonces estamos en paz.
Tú creciste en Dios por tu lado, y yo crecí por el mío.
¡La amistad quizá sea eso!
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